Al Zaiper, de nuevo, por
obsequiarme una ingeniosa idea
para volver a escribir.
A Haruki Murakami, por escrbir
el párrafo final de su libro que
inspiró este texto.
¿Dónde estaba? Todavía con el auricular en la mano, levanté la cabeza y miré alrededor ¿Dónde estaba? No logré averiguarlo. Di círculos en el diminuto radio de aquella cabina. Me hallé fatigado, como si hubiese corrido una maratón de 10 kilómetros. El aire penetraba fulminante en mi pecho, lánguido. Sudaba frío.
Recordé aquella mañana a la perfección. Había ido al súper por la leche descremada. Luego, me entraron ganas de fumar, y lo hice mientras conducía al despacho. Me tomé un café doble preparado por la ínsipida de la secretaria. Caminé a mi reunión de las once. Almorcé un slice de pizza y una soda negra. Revisé cuentas y correos hasta la madrugada.
Sin embargo, nada. No tenía la más remota idea de dónde me hallaba ¿Qué sitio era aquél? ¿Quién me habría citado? Nada me quedaba claro ¿Por qué sostenía el auricular? ¿Quién me llamaría? ¿Cómo terminé en tal lugar?
Mis preguntas incitaron la aparición de truenos que rebotaron en mis sienes. Parecía un ruidoso juego de pin-ball. Resbalé por un segundo y terminé con los codos incrustados en las páginas amarillas. Mis gafas me hirieron la nariz. Me sentí diferente. Cambié el pánico inicial por un extraño cansancio.
Perdí la concentración. Curiosamente, las preguntas se disiparon. Mi mente traducía noventa lenguas. Era mar furioso y, tan calmo. La ubicación de la cabeza entre mis rodillas facilitaron la respiración. Comencé a reconocer el espacio que me rodeaba, aún con la cabeza gacha.
Había una lúz cálida; lo suficientemente clara como para leer con comodidad pero no lo suficiente como para dañar mi visión. Traía mi último atuendo favorito: la corbata regalada en una cena familiar. Me sentí fresco y contento. Un gentío conocido caminaba a mi alrededor regalándome sonrisas. Por allí iba mi mejor amigo de la universidad; por allá, mi inseparable compinche del nido; más hacia acá, mi mentor; y justo a mi lado, mi amor eterno. Los podía describir al detalle... casi tocarlos, aunque fui consciente que aquello era imposible.
Entonces recordé. Estaba en el Sitio Tal, en un rincón de mi propia ciudad. Supe que permenacería allí en mi eternidad, pues en un impulso envidiable mi pobre corazón se detuvo y no quiso dar marcha más. Estaba sin estar, aún con mi mano en el auricular.
5 comentarios:
Es hermoso este texto, bendito Zaiper por ser tu muso inspirador.
En otra oportunidad quise pasar a comentarte, pero no podía, la página estaba dividida en dos (no creas que estoy loca) el tema es que no me dejaba poner el comentario.
Ahora que se ha normalizado pasaré seguido.
Un beso
Adri.-
jeje
Muchas gracias Adria!!!
Me encanta que hayas pasado por aquí. El texto fue divertido, verdad?
La página (no sólo la de comentarios) es una locura pero por ahí se dice que "las cosas se parecen a sus dueños".
Te mando un abrazo y prometo visitarte muchas otras veces más!
Me gustó tu texto por las descripciones situandote en las circunstancias que detallas tan bien. Mi afecto.
dejare mi prejuicio anti japones y leere un poco ese autor... alguna vez, saludos
José, ese era mi propósito.. a veces creo q no superé el taller jeje y que en cada txt busco un poco de eso.. sacar mi lado descriptivo, quizá elíptico.
Ivanov, debo decirte que tengo el mismo prejuicio pero ante la avalancha de recomendaciones me he rendido a ese libro. Sin embargo, creo que en la traducción se debe estar perdiendo bastante.
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