13 de febrero de 2010

paseo en tren

Parecía una mañana cualquiera, pero evidentemente no lo era. El infalible despertador sonó a las 6h30. Iván se levantó con lo ojos aún cerrados. Se dirigió hacia la sala de baño, enjuagó su rostro áspero con el agua aún fría del grifo. Notó que la barriga estaba vacía. Puso la cafetera y se metió a la ducha. Comenzó, como lo hacía todos los días, a hacer el recuentro de las tareas pendientes para esa jornada. Las rankeó según sus prioridades. Con la toalla húmeda atada a la cintura, lamentó su rutina matinal. Su vida giraba entorno a cifras, listas de oportunidades, estrategias de marketing y competencias publicitarias.

Entre sorbos de café, una idea sobrevino la mente de Iván: mandar todo a la mierda. Se calzó unos tenis en lugar de los italianos usuales; de su armario, sacó un viejo morral, lo rellenó con una libreta de viaje, un bolígrafo, su pasaporte, una toalla de gimnasia, su billetera y su vieja navaja suiza.

Anduvo sin dirección durante un rato hasta que un sonido llamó su atención. Se encontraba a pocos metros de la estación de tren. Sin pensarlo si quiera abordó el primer tren. No tenía idea a dónde le llevaría aquel motor. Miro a su alrededor y notó a muchos trajes de oficina, con miradas perdidas, clavadas en los cristales del vagón... casi como añorando sentir la calidez de los rayos de sol.

Uno de ellos se acercó, se veía ansioso pero amistoso. Le comentó el origen de ese tren. Le preguntó de qué estaba harto él pero no le dio tiempo a contestar. Era muy bien sabido, entre ellos al menos, que una vez cada cuando este tren salía de un punto extraviado en la geografía y los llevaba sin rumbo a un vuelco en sus vidas, en tan sólo unas horas. Se decía que la gente era capaz de encontrar su verdadero yo en este viaje. También se contaba que sólo se podía montar una vez. Se trataba, pues, de una oportunidad única de sincerarse y hallar lo que les hacía tan miserables día a día.

A Iván le resultó incómoda esa charla. No tenía idea de lo que su "colega" contaba. Él se había sentido débil hoy pero eso no quería decir que fuera miserable o vacío ni nada o mucho por el estilo. Se retorcía en los asientos de cuero, esperando la parada para desmontar y dejar toda ésta experiencia atrás. Volvió a pensar en la lista y en lo irresponsable que era por no llevar consigo el celular, en su primera acción al volver.

Un golpe seco lo sacó de sus pensamientos. Era el destino misterioso, una ciudad abandonada. No corrían prisas. Sólo estaban los sujetos del tren. No tenía habitantes, ni comercios, ni glorias propias o ajenas. Era un lugar real o ello aparentaba. Aunque, quizá, era todo un montaje cinematográfico... un tanto más real que el teatral pero mucho menos que la realidad tal cual. Iván se ahogaba en ideas retorcidas, tratando de hallar al artífice de esa trama, al maquinista de ese tren fantasma. No halló lógica ni idoneidad. De pronto estuvo sólo. Las voces de sus compañeros se extinguieron. Se trataba de él. Nunca había enfrentado tanta presión, tanto silencio. Angustia.

De su morral, extrajo la libreto y se sentó en la butaca del bar de aquella ciudad. Escribió durante horas. Se detuvo cuando el bolígrafo perdió su tinta. Alzó la mirada en busca de un rastro humano que se compadeciera de él y de la página en blanco. Anduvo sin sentido hasta donde se partía el horizonte en dos. Era un atardecer bellísimo. Le invadió un resplandor singular. No tenía idea de dónde provenía hasta que un impulso agudo le golpeó en la nuca. Era el reflector de tren fantasma. Debía abordarlo.

Corrió hasta que dejo de sentir sus piernas, tenía la respiración colgando de un hilo, el pecho hundido en un profundo hoyo negro. Un brazo halló los suyos. Fue transportado hacia su butaca de cuero. Allí durmió.

El infalible despertador sonó a las 6h30. Iván se levantó con lo ojos aún cerrados. Se dirigió hacia la sala de baño, enjuagó su rostro áspero con el agua aún fría del grifo. Notó que la barriga estaba vacía. Puso la cafetera y se metió a la ducha. Comenzó, como lo hacía todos los días, a hacer el recuentro de las tareas pendientes para esá jornada. Las rankeó según sus prioridades. Con la toalla húmeda atada a la cintura, lamentó su rutina matinal. Su vida giraba entorno a cifras, listas de oportunidades, estrategias de maketing y competencias publicitarias.

Entre sorbos de café, Iván leía su libreta viajera. Cogió sus llaves y se fue al trabajo, en su traje fino, calzando sólo unos tenis rojos.

------------

Del banco de transfusiones.-

"Anónimo dijo:
El tipo se levanta un dia sintiendo la imperiosa necesidad de no ir a su laburo y tomarse un tren. Se va a una terminal ferroviaria y se toma el tren que mas lejor lo lleva. Se sube al tren y comienza a notar que toda la gente esta como mirando por la ventanilla para ver por donde se dirije el tren. Como si ninguno de los pasajeros allan tomado jamas ese tren hecho que corrobora al hablar con vaiors de ellos que le cuentan que ese dia se levantaron sin ganas de ir al laburo y se tomaron ese tren . Donde para? en una ciudad cuyas casas calles y comercios estan vacios y para ahi porque termina la via. aca sigan el cuento, pueden todos quedarse y vivir en ese pueblo tomando las casas, pueden estar muertos, pueden ser super afines, etc "

No hay comentarios.: