16 de febrero de 2009

encajonada

Ella despertó y no comprendió la oscuridad de su entorno. Tenía el sabor a tierra húmeda en los labios y algo salado en los ojos que no lograba distinguir. Le tomó unos segundos darse cuenta que sus movimientos estaban limitados por trozos de madera. Una idea atemorizante cruzo por su cabeza. En su pecho parecía galopar un potro salvaje. Estaba muerta. Pero, cómo estarlo. ¿Qué pasaba en aquel instánte? Nada tenía sentido. Lo último que recordaba era una mesa fría, unas luces brillantes antes de que una penumbra innundase su mundo sin llamada previa.
Estaba muerta. Sintió una fogata ardiendo en todo su cuerpo. Necesitaría aire. Necesitaría desprender esos clavos. Necesitaría deshacer todo. Necesitaría llamar a su novio y decirle que no iría a cenar esa tarde. Necesitaría hablar con su madre y explicarle todo. Su cabeza parecía explotar. Ella parecía sentir más y más agudo ahora. Sería quizá el silencio. Ni si quiera los gusanos que pronto vendrían a buscarle hacían ruido alguno.
Le asustaba no volver ver a nadie. No creería que la vida se le escurrieran así: en un parpadeo. (.../...)

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