Rodaba, como una piedrecilla en la punta del zapato.
Rodaba y no sabía hacía a dónde iría a parar. Vagabunda; alejada de realidades alternas. Una sirena con piel de coneja. Aparentemente indefensa. Tenaz.
Rodaba en el acantilado de los sinsueños. Derramaba mi alma y mi soledad en cada bote; empero, aún guardaba aliento. Giraba sin flores tecnicolor ni canciones de rock. Era pobre, sangraba, jugaba a ser una ilusión extraviada.
Rodaba y era nada, o parte de ella. En el silencio de un enorme grito, me hundía. Infausta, sentenciada a la prisión, sin opción de muerte.
Rodaba. Yo rodaba.
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